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EL JARDÍN

Antes, todo el suelo que pisamos eran tierras fértiles bañadas por esteros que regaban árboles frutales y huertas que alimentaban el centro de la ciudad y a la urbe obrera. Antes, bajo este cemento, las horas perdidas del día, deambulaban con peregrina imaginación. Las tardes diletantes de pichangas, tombo, pillarse y luche. Subirse al árbol del patio o esconderse entre grandes arbustos para no ser encontrado. Algo de esos días queda en la memoria.


Por lo menos, un jardín a la entrada de mi casa guarda esa memoria en su viejo olivo y en ese laurel inmortal. Están formados ambos a una distancia prudente como cuidándose de un bicho chino. Entre ellos, hoy crece un nuevo jardín esquinado por grandes aloes vera. Helechos y malamadre, algunas plantas que dicen ser venenosas (pero yo las veo más vanidosas) y del tronco del olivo baja colgando, como buscando la tierra, una especie de enredadera o algo por el estilo.


Enmudecida la carretilla entre tanta vida, mientras ella fría y rígida mira el ir y venir de las hojas, las asambleas de aves y los gatos fantasmas que recorren los rincones. El flanco derecho está comandado por la parra de la vecina y el imponente matico custodiado por dos sendos cactus san pedro, que vigilan desde la torre de su flor, que todo siga tranquilo. El invasivo kalanchoe trepa las paredes. La retaguardia la cubre el palqui, olivo en flor, palto, durazno, calas, enredaderas y semillas subversivas que caen en tierra fértil para sobrevivir. Nuestra retaguardia es infranqueable, nuestros pasos son seguros. El Flanco Izquierdo está comandado por el sector Violeta Parra (nombrado así en tributo a la canción “La Jardinera”) en donde pensamientos, manzanillones, toronjil, clavelina, violeta y rosal conversan las estrategias para seguir viviendo en paz, cantándole al sol que algún día se acabará. Le siguen las malamadre, los ficus, dólar, cactus y helechos. El cuadrante está a salvo con semejantes flancos.


Vagabundos gatos saltan paredes, techos y ramas para retozar en los suelos frescos del jardín. Mientras en lo alto de los árboles, las aves se burlan de los gatos y los menosprecian por no saber volar. Los perros son tan solo tierra de hojas por estos lados, son la tumba de una humanidad ya lejana. Pero desde las raíces y hasta el suelo vibra la tierra su vida y olvido, si al más mínimo cariño brota la maleza silvestre y rebelde de los rincones que el cemento no ha aplastado. Este jardín está hecho de pequeñas rebeldías, de robarle espacio a la habitación, de quitarle espacio al vehículo, de negarse al avance mobiliario individual. Este jardín conecta con el cielo abierto rodeado de antenas, postes y cables eléctricos, nada serio. Pero esa, también, es una pequeña rebeldía, buscar el cielo abierto y el cuerpo a la intemperie, el viento sin interrupciones y el sol directo en la cara.


Ya no recuerdo el tiempo que llevamos encerrados, esta maldita pandemia parece haber madurado los frutos de los árboles y las flores retozan al sol como bañistas de playa pública. Llega el tiempo de la cosecha y de la bonanza. La uva aporta su cálida embriaguez y el mate se llena de mixturas que mi abuela me enseñó a cultivar. Lo recuerdo, cuando la acompañaba a cosechar la huerta o, a veces, tan solo la miraba agachada, ruda como la flor del cardo y hermosa como el campo que la rodeaba. Quizás este jardín sea su memoria que vive en las plantas que todos hemos cultivado. ¿Estás ahí abuela? ¿abracémonos?


La vida y la muerte atraviesan este jardín, aquí juegan todos los perros del pasado y las aves cantan cada vez que sienten venir a San Francisco. Las hojas no son basura y la escoba teme ser incendiada. El jardín descansa con la aletargada tarde, el jardín descansa con la aletargada tarde, el jardín descansa con la aletargada tarde. Baja su intensidad y se recoge. La tarde de otoño está helada, las aves ya no cantan. Descansan las alturas y despiertan los suelos movedizos. El jardín duerme, mientras los indispensables limpian la basura, la música cambia y hay que buscarla en el silencio.


Un letrero en la entrada dice: CUIDADO. JARDÍN SUELTO.

 

(Fotografía y diseño: Natalia Camilo)

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