Acabo de navegar por mares y ríos virtuales, de esos que hoy nos entrega la tecnología. Parece ser que los libros ya no son libros sino imágenes de personas hablando, relatando sus historias y contando sus pesares.
Mientras navegaba me encontré con un puerto llamado “Cachureos, apuntes de Nicanor Parra”. Se trataba de un cortometraje realizado el año de mi nacimiento y el poeta ya era poeta y para mí lo increíble es que él ya era viejo. En una explicación acerca de la anti-poesía, de su origen y contexto, el poeta plantea que la poesía se había cristalizado y que el habla de la poesía era solo una muestra de museo, había perdido vida. Pero Nicanor como observador, se dio cuenta que en el habla de la feria, la oralidad de la cultura popular, era el lugar donde se campeaba el futuro y la vida de la poesía. Era en el bullicio de esa alma incorrupta que parece ser el alma de esa gente esforzada, donde se estaba forjando el nuevo hablante lírico de nuestra nación. Era en el menester de los dichos populares donde se mecía esa criatura llamada anti-poesía. Y esto me hizo reflexionar acerca de la importancia de nuestros mercados feriales, puesto que es ahí donde se plasma la vida de la poesía. Parece ser que en el hablar cotidiano de nuestros mercados es donde se está llevando a cabo el traspaso de nuestra propia cultura. No es menester, digamos, de la industria cultural, y más aún, tampoco de quienes escriben poesía el recrear nuestra propia historia, sino más bien han sido los trabajadores del campo y los mercados que los sustentan quienes han sido los entes creadores de este nuevo hablar poético. No es, al parecer, ni la propia anti-poesía quien le ha dado voz a nuestro pueblo, sino más bien han sido los feriantes a través de la historia y de su ir y venir por calles y vegas, los que han planteado, sin ellos saberlo, que los agentes más importantes de nuestra cultura poética han sido ellos mismos.
Parece ser que los pregoneros de frutas y verduras, pescados y huevos, que los dichos que emanan de su propia creatividad han sido los versos que nuestros poetas han sabido recopilar. Parece ser que la cultura del campo, esa que los feriantes traen en su sangre, ha sido la creadora y reproductora de nuestra propia tradición poética.
¿Qué duda cabe que los pregoneros son unos artistas?
¿Cómo negarnos a la sutil belleza que encierra horadar la tierra?
Parece ser que la importancia cultural de nuestros mercados feriales es mucho mayor de lo que nosotros creemos. Parece ser que al despreciar y poner trabas al trabajo comercial de nuestros mercados a lo único que nos puede llevar es a aniquilarnos a nosotros mismos como cultura.
Si entendemos que la cultura Chilena es una cultura netamente campesina y que quienes trabajan en las ferias libres son los herederos de esta cultura traspasada por sus ancestros y desde los feriantes hacia cada uno(a) de los caseros(as), podemos sin duda concluir que el aporte de las ferias libres a la sociedad no solo es de carácter económico, sino que además se muestran como artífices de lo que podemos denominar como vanguardia poética propia de la cultura chilena. Esto es tan importante como entender que las ferias libres son reguladoras de un mercado que en nuestros días es aplastante.
Por lo tanto, los feriantes no solo funcionan como competencia eficiente contra los supermercados (propios de una cultura de América del Norte) sino que además son la cuna de una oralidad que inspira a nuestros poetas y que hace que Chile siga siendo lo que desde hace mucho tiempo se viene diciendo: Chile país de poetas.
Estas fotos son de autoría de Daniel Maureira ( https://www.facebook.com/daniel.s.dios )
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