Escrito por Yuleisy Cruz Lezcano
Las palabras de mi abuelo
Son ya muchos años
que mi abuelo es un árbol,
creo sea un árbol de mangos,
lleva el peso de una isla de hojas,
sus ramas trabajan en la neblina,
empujan las flores hacia el sol.
Mi abuelo alimenta de fábulas las frutas,
las lleva hasta la historia de la aurora
y con la mañana colora
un nuevo final feliz.
Mi abuelo me hace cosquillas
en la nariz
cuando me siento en su sombra,
yo soy su aprendiz,
con poco me asombra.
Mi abuelo lleva mucho por dentro
por eso es que ahora
le sirve poco por fuera,
le basta una primavera
para volver a florecer.
Así puede causar placer
a todas las mariposas.
Mi abuelo me dice
que entre todas las cosas
es la memoria que lo mantiene vivo,
cumple en el amor su viaje
y vive en la muerte sin equipaje.
Mi abuelo con sus hojas
que parecen plumaje,
ligero en el viento
me habla al oído,
me dice que busque la luz
para encontrar el secreto de la vida
y el misterio de la muerte,
me habla de las aguas que se agotan
en las plantas que se secan,
me cuenta de los viajes de las nubes
que pasan fugaces,
de las auroras que vuelan,
me revela con la música de las hojas
historias de lágrimas acerbas
que lloran los primeros amores,
me dice que antes de las frutas
nacen la flores,
sin saber lo que todavía
el destino les reserva.
Para encontrar mi abuelo
yo corto la yerba
y con el latido de mi tiempo,
abro de par en par mi pensamiento
su voz me habla desde adentro
de ese antigua sentimiento
que nos une.
Lejana Juventud
Me vive, me está viviendo
este lugar solitario,
objetos de barro roto
entre la yerba y la ciudad,
sombra de río y de gusanos,
sol que abusa de la costumbre
de sentirse en el aire igual
un día atrás de otro.
Me viven los fantasmas de ecos perdidos,
los años cumplidos que traen
junto a un mensaje de polvo del pasado
un pedazo de recuerdo apagado
por las lluvias que llegan
desde la distancia.
Me viven nuevas estaciones
de calendarios sin ventanas,
los besos de viejas primaveras,
pegadas a mí, con lazos de memoria.
Me vive un hundido sueño en una gaveta,
las piernas sin ritmo, cruzadas,
en la resonancia de un viaje
que duerme en el margen
de los días en el silencio manchados
por una lágrima que cayó
hace muchos años.
Mi mirada es un engaño,
con sus treinta años,
contrasta con las arrugas y las canas,
madura ya de mi juventud lejana.
La lejana voz de los amores
son lagos de paz para mi seco mundo,
metido en el rincón de su sótano.
Ya no me quedan semillas en los huesos,
mis oídos con alas tensas, presos,
no sienten los rumores.
Ya no tengo fuerzas para lanzarme
en nuevos viajes sin orillas,
viajo sólo sentada en la silla
y cuando almuerzo me quedo dormida,
como quién sale de la vida
para continuar otra vida en el sueño.
Sin quejas
¿Cómo puedes quejarte de la vejez?
Te ha permitido de nutrir
almeno seis perros,
cuatro gatos
y numerosas plantas.
Te ha permitido de alimentar
una cuna de peces
con fuego solar en las escamas
y te permite de dormir poco
para contemplar los sueños de la luna.
¿Cómo puedes quejarte de la vejez?
Te da el tiempo
para contemplar los retratos de nubes,
mientras esperas sentada
en el umbral del horno
de tostar el mundo,
para acoger con pan caliente
y bizcochos
quién se acuerda todavía que existes.
Otoño del cuerpo
Existe un momento
en el corazón del otoño
hecho de neblinas,
de epitafios cantados
por el viento.
Existe un momento
no acariciado por el tiempo,
sin contornos nítidos,
donde la lluvia engendra
respiros evanescentes
de nostalgias omnipresentes
cerradas en la voz
de una hoja que cae
del árbol cóncavo
de mi garganta.
Existe un momento,
donde el ruiseñor canta
a la lágrima rota
y el aire mudo calla su aliento
sobre la muerte que flota.
Existe un tiempo
en el que mi cuerpo es apenas
una gota,
rocío al extremo de una hoja,
abierta al aire
de la tarde recogida.
Existe un momento
en el que la vida
va en hibernación
sentada en un rincón
donde ya la noche
toca fondo.
Imagen: Versión de @colectivofilopoiesis mediante IA "DALL-E 2"
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