Es imposible abordar al ser humano parte por parte y, mucho más, es imposible comenzar a estudiar el Universo desde cualquiera de sus manifestaciones... no tiene el menor sentido empezar a describir lo que funciona como un todo desde alguna de sus partes... ¿Desde dónde comenzaríamos? ¿Desde el Súper Cúmulo Abell 2744, de más de tres mil galaxias, que generan tanta gravedad que distorsionan todo el espacio a su alrededor hasta transformarlo en una colosal lente de aumento o desde la microestructura molecular de una laminilla de cloroplasto en la hoja de un trébol perdido en un pastizal de Siberia? Se debe reconocer esta limitación: la totalidad como tal es inabordable por nuestra función consciente. Sin embargo, el pensamiento analítico ha logrado increíbles logros tecnológicos impensados a principios del siglo XX. Pero todo tiene un “pero” y el “pero” aquí, es el precio a pagar por este estilo de pensamiento. Pasa que el ser humano es, ante todo, una intrincada red de sucesos tan compleja, que las consecuencias de sus diferentes conductas “analíticas” -en general, ligadas al quehacer científico y técnico- generan problemas nuevos alrededor de aquellos problemas viejos que pretendía curar o morigerar. Y encima en una proporción mucho mayor, sencillamente, porque el devenir de lo total amplifica los efectos eventuales (por impredecibles), impensados, no calculados, del quehacer científico y técnico hasta niveles, a su vez, totalmente fuera de todo cálculo.
Pero hay otro problema no menos serio.
El Hombre hace porque se puede hacer, sin preguntarse si lo que hace se debería hacer: la amplificación de los efectos de una causa vuelve impredecible absolutamente todo un encadenamiento causal. Según se ha calculado, para una mesa de billar ideal, el movimiento de una bola deja de ser predecible al cabo de un minuto bajo la influencia de un solo electrón ubicado en el borde de la galaxia: esa sola -casi inexistente- influencia alcanza para desbaratar completamente nuestras predicciones acerca del futuro en el simple desplazamiento de una esfera sobre una superficie ideal con un rozamiento estadísticamente despreciable. Imaginemos cómo serán de débiles nuestras predicciones en condiciones reales. Galileo sostenía que todos los pesos caen a la misma velocidad, lo cual es cierto en condiciones ideales pero no reales: soltar una pluma y una bola de acero en un tubo lleno de miel le da toda la razón a Aristóteles y a la Escolástica, e hizo falta la Apolo XV, el astronauta David Scott, un martillo, una pluma y la falta de atmósfera en la luna para darle algo de razón a Galileo.
Y estas predicciones desnudan una cierta tendencia peligrosa del Hombre porque, cabe preguntarse: ¿para qué predecir? Francis Bacon se apropió de una frase, ya vieja en su época, pero a la cual amplió: “Conocer para predecir. Predecir para controlar. Conocimiento es poder”. La voluntad de predecir para poder controlar el devenir..¿Qué es, entonces, una ley científica sino un acto de predicción al mejor estilo de un brujo “primitivo”? “Si A, entonces B...” Y es ahí donde se esconde el demonio de lo humano, esto es: el demonio del poder. El deseo del control del medio por medio de la predicción científica traducida en tecnología.
La ciencia no es inocente porque el conocimiento no lo es: se conoce según metas y según estructuras prefijadas -cognitivas- según el contexto histórico cultural y personal (que incluye intereses políticos y económicos). El conocimiento es una conducta que no se orienta por la información sino que, a la inversa, orienta a la información para satisfacer su idea de lo que es el conocer y, conociendo el conocer, controlar. No es otra cosa que un pensamiento mágico al servicio de un cierto control social. Algo que nos llega desde nuestra arqueología más profunda como especie. Tomemos un ejemplo: tenemos una Teoría de la Evolución elaborada por Alfred Russel Wallace entre las islas del sudeste asiático y Charles Darwin en función de su viaje alrededor del mundo. La teoría de Russel Wallace era más delicada e ingeniosa (contemplaba un principio de teoría ecológica), pero la de Darwin le iba de perillas a las ambiciones expansionistas de la Inglaterra del siglo XIX: la tautología de la “supervivencia del más apto” convertía al mundo en un escenario amoral, sin bien ni mal: simplemente el que llegaba primero y con más armas, más barcos y mejores estrategias se quedaba con todo. Y es esta mirada la que preparó las condiciones para la Primera Guerra Mundial: Alemania, por ejemplo, no estaba tan “adaptada” y se tuvo que acoplar al mundo del naciente siglo XX a través de una guerra. Además, la teoría de Darwin sentaría las bases del darwinismo social: el más exitoso comercialmente, controlaba las variables sociales en el capitalismo, del mismo modo en que las clases sociales “más aptas” (como el proletariado) controlaba las del comunismo.
Pero volvamos a lo nuestro: la predicción de la legalidad científica es de por sí muy pobre: decir que hay un 99 % de probabilidades de que llueva antes del mediodía es lo mismo que decir que después del mediodía puede haber llovido o no, de modo que, en rigor, las probabilidades siempre fueron del 50 y 50, pero si a esa imposibilidad de predicción le sumamos nuestra ignorancia absoluta acerca de las redes de consecuencias que nuestros actos desencadenan, nos encontramos en un marasmo de incertidumbre generado, precisamente, por aquello que hemos concebido siempre como el epítome del conocimiento: el conocimiento analítico.
¿Cómo opera esta forma de conocimiento? Imaginemos que vamos a ver al médico porque nos duele algo... El médico nos recomienda una batería de análisis, ECG, EEG, etc. Cuando volvemos a la consulta le traemos los diferentes resultados. Para el médico, nosotros hemos pasado a ser esa montaña de análisis sobre su escritorio, ahora nuestro ‘yo’ biológico y psicológico se convirtió en una serie de documentos en papel. El médico los estudia, los reúne en base a un cierto esquema mental que estudió en la Universidad y sobre el fundamento de que esos papeles somos nosotros, nos recomienda un tratamiento determinado. “Probemos con esto y esto... a ver qué pasa”... o sea que no tiene ni idea de las relaciones causales “verdaderas” del complejo causal.
Pero dejemos este lapsus propio de una ciencia tan “blanda” como la Medicina, y concentrémonos en lo que el médico hizo. Como no nos puede descuartizar, nos fracciona en patrones de datos. Nos descompone en partes, las cuales luego habrá de reunir y, así, elabora una hipótesis para experimentar un tratamiento. El problema de esta forma de operar es que tiene a la Termodinámica en contra: en todo proceso hay una ganancia relativa de entropía (desorden relativo al máximo de desorden que el sistema puede generar) y esto implica una pérdida neta de información al final del proceso, de modo que lo que se logra es que por cada conocimiento adquirido por este método se genere una importante cantidad de ignorancia colateral... la ignorancia relativa de un médico impersonal de Hospital -para cerrar el ejemplo- respecto de un médico de familia. Es lo que se llama “conocimiento entrópico”: hacemos una averiguación y nos hundimos en un mar de ignorancia cada vez más vasto, con lo cual, si hemos de depositar nuestras expectativas culturales y biológicas en métodos que a través del conocimiento generan ignorancia, estamos en serios problemas, no sólo problemas personales sino también ambientales.
La naturaleza que nos rodea, el Universo en su conjunto, parece estar organizado en función de sistemas y los sistemas tienen un funcionamiento de tipo circular. Es cuestión de abrir un libro de química biológica, de geología, de biología o ecología y veremos que la forma que domina en los gráficos causales es siempre el círculo. ¿Y por dónde comenzamos nuestro análisis en un círculo? ¿Dónde está el comienzo de un círculo? ¿Dónde decimos que comienza un sistema?
Por eso el pensamiento analítico -que empieza y termina- está en conflicto con la realidad: porque la realidad no responde bien al tratamiento analítico: ella ni empieza ni termina, sólo es y además de ser siempre deviene y eso es así siempre... el pensar analítico arrastra al hacer analítico, y este quehacer analítico no tiene más remedio que afectar nuestra relación con el entorno porque sus bases son imprecisas, inciertas y entraremos inevitablemente en conflicto. Y en este enfrentamiento entre el yo y el Universo, el yo sabe quién es el que va a perder. No obstante, insiste. Y aquí podríamos recordar el final del Tao Te King, cuando Lao Tse sentencia: “El Hombre sabio hace y no porfía”.
Un solo ejemplo de disfuncionalidad en nuestro análisis de la visión analítica.
En ciencia hablamos de causas y efectos. En biología, por ejemplo, se tienen procesos causales circulares de química biológica, del tipo: A, que da B; B que da C y C que da D..., para volver a empezar.
En nuestra descripción, A es causa de D... pero si yo describo lo mismo desde otro recorte de la secuencia (recorte que no es propio de la secuencia, sino consecuencia de mi técnica de análisis):
B que da C; C que da D y D que da A, decimos lo mismo, pero ahora D es causa de A…
La herramienta intelectual causa-efecto deja de funcionar... y así sucede con todas las herramientas analíticas que intentan abordar por extremos ficticios, las circularidades de lo que vale en y por su totalidad sistémica y que, como tales -como circularidades- son inabordables por cualquier forma de análisis. Nos vemos en la obligación de “recortar” el círculo en algún punto para empezar nuestra tarea de desmembrar, lo cual es un ejercicio totalmente arbitrario. Bien lo dice la epistemología clásica: no puede ser que “todo tenga que ver con todo” porque no nos quedaría sitio donde comenzar el análisis... ese es el principio de la Física Clásica: la localidad: lo que pasa en este momento en una lejana estrella no nos afecta para nada aquí en la Tierra. Hay que escuchar, en cambio, qué nos dice ahora la Mecánica Cuántica cuando habla de “entrelazamiento cuántico” donde impera la no-localía de los hechos subatómicos, o la cosmología y su modelo de Universo Holográfico de Gerard 't Hooft; el Pensamiento Borroso de Bart Kosko; la Teoría del Caos de Edward Lorenz; el Fin de la Certidumbre de Ilya Prigogine; el Paradigma de la Complejidad Organizada en Edgar Morin, entre otras vertientes epistemológicas que “disuelven” las otrora sólidas bases de las “ciencias duras”.
El pensamiento analítico nos ha ayudado a calmar dolores de cabeza y llegar a la Luna, pero el ser humano no se agota en un dolor de cabeza ni le basta esconderse detrás de una aspirina o desaparecer del mundo en un cohete, es infinitamente más y literalmente es infinitamente más.
Así que debemos analizar más en profundidad nuestros sistemas de creencias y de elaboración de conceptos para desarrollar otro tipo de sensibilidad, una sensibilidad cada vez más fluida y desinteresada, ligada a la tolerancia y a la búsqueda de la diferencia como herramienta de integración moral. Ligada a la sensibilidad poética, esto es: sensibilidad en el pensamiento, en la creatividad y en las creencias del otro. Rescatar estas reliquias del sentir antes que las del pensar, que le devuelvan al ser humano una breve cuota de Humanidad hace tiempo perdida.
(Foto Chechi Peinado, en serie "Geometría tonal". De: https://www.flickr.com/photos/chechipe/ )
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