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RESEÑA A RIEDEMANN BLUES, DE CLEMENTE RIEDEMANN (Valdivia: Ediciones El Kultrún, 2017)

Reseñado por Walescka Pino-Ojeda

Programa de Estudios Latinoamericanos

The University of Auckland, Nueva Zelandia


Clemente Riedemann (Valdivia 1953) ingresa al canon poético chileno al publicar Karra Maw'n en 1984 (reeditado en 1995 y 2015), inaugurando con ello lo que algunos académicos describieron entonces como poesía etnocultural. En retrospectiva, me inclino a entender dicho volumen como una voz que, así como denuncia la violencia histórica institucional y social hacia el pueblo mapuche, y la consecuente expropiación de sus tierras para cederla a los colonos alemanes invitados por el estado chileno, es un texto que se constituye en alegoría de dicho presente autoritario y su disciplinamiento de la sociedad chilena. Todo ello expuesto en la merma de libertades cívicas y la intervención que sobre las conciencias logra la doctrina del terror, al tiempo que se privatizan los bienes públicos siguiendo la lógica que los jóvenes economistas importaron desde Chicago. Lo que operaba por lo tanto en tiempos de dictadura era un nuevo, profundo y masivo despojo, un golpe que aún nos sacude.

Shalamankatún Roja es aquí la tierra y verde está en el cielo la morada de los que pelearon y murieron. Shalamankatún, la escuela de la maldad vino de afuera: vino de España con su espada y su cruz de hierro, vino de Alemania y después de los propios chilenos: “Esta guerra no nos costará sino mucho mosto y mucha música” (Cornelio Saavedra, en carta al presidente Pérez). Shalamankatún, verde está aquí la tierra y el cielo está rojo como un infierno. (Karra Maw'n)

Desde entonces, e incluyendo los cinco volúmenes posteriores en sus más de 30 años de carrera literaria, la obra de Riedemann ha construido una voz poética arraigada en un concepto agónico de la existencia.

Rewind Si cada mañana me levanto es porque estoy cierto que la vida me adeuda los días más felices. Y si acaso no fuese de ese modo mi destino me levantaría lo mismo de todas maneras. (Primer Arqueo, 1991)

Se trata no obstante de un sujeto que -a partir de asumir las limitaciones propias del vivir y de aquéllas impuestas por el poder - pone a circular una voz monumental de la cotidianeidad, que así como hereda de Neruda su carácter genésico y sensual respecto de lo humano, natural y terreno, se construye a su vez sobre la oralidad tribal que nos dejara Parra. Riedemann Blues le da un nuevo giro a dicha condición agónica al ofrecer una suerte de testimonio íntimo (social) de las precariedades instaladas por el autoritarismo neoliberal, manteniendo un cercano diálogo con Karra Maw'n, incluido el hecho de que, como entonces, las ilustraciones estén a cargo de Roberto Arroyo.

Un Blue Mapuche Hubo licores y poemas casi a un mismo tiempo en Karra Maw'n fortaleza en la costa troncos huecos de árboles metálicos apuntando hacia el mar día y noche apuntando hacia el pacífico mar con piedras redondas y calientes para matar al Wekufe al Tuerto al Cojo y al Tatuado. Hubo canturreo triste. Quien salía al anochecer con el propósito de solazarse mirando el espectáculo de la luna en el estuario podía oír -con absoluta claridad- el BLUE MAPUCHE.

Se necesitaron décadas para darle una voz posible a las memorias traumáticas de la adolescencia y madurez temprana que vieron la instalación del horror en cada rincón de lo que se ha creído ser sólo un dolor personal.

Entrevista con su padre Memoria de Clemente Riedemann Wenzel (1920-1974)

Tenía un hijo en la cárcel cuando se murió y eso es un punto en contra para enfrentar con dignidad la muerte. Pero ese hijo –vigilado de cerca por los gendarmes- fue a verle en su lecho y le dijo que le amaba tal como lo hiciera durante el tiempo en que habían permanecido juntos. El padre cogió la mano de su hijo con una ternura que al joven le pareció cosa nueva en la vida. En los ojos de moribundo pudo advertir un sentimiento de culpa, el destello de la inquietud que se apodera de los viajeros que pasarán una larga temporada fuera de casa. “¿Te han maltratado, hijo?” El prisionero respondió: “Quédate tranquilo, pues yo volveré a ser libre y cuidaré de tu familia”.

Este mismo lapso de tiempo que nos lleva hasta Riedemann Blues ha permitido a su vez comprender lógica y emotivamente el delicado y constante hilo que une nuestro tránsito desde la opresión del colonialismo europeo hasta el neocolonialismo de Estados Unidos y las grandes empresas instaladas para penetrar en las débiles y co-optables democracias a la medida, diseñadas por nuestras elites económicas (¡y étnicas!). Nada más claro que el abominable epíteto de “republicas banana” (o repúblicas salitre, cobre, guano, trigo, maíz, café…) para resumir la condición neocolonial que sobre nuestra historia nos estampa el poderoso vecino del norte (¡por supuesto que siempre con la anuencia y complicidad de nuestras elites!). Precisamente, si hay algo que nos une con Guatemala es que así como la United Fruit Company destruyó la democracia social de Jacobo Arbenz en 1954, la Anaconda Copper Mining Company hizo lo propio con “la vía chilena al socialismo” por haber tenido la “arrogancia” de nacionalizar el cobre chileno. Así, entre el totalitarismo europeo, la guerra fría y el actual “totalismo” neoliberal que rige nuestras remozadas y transidas democracias, media sólo una pedrada.

Tenía que ir a Auschwitz Dijo que iría a Auschwitz. No para quedarse, claro que no, ya había escapado de todo aquello. A veces mencionaba a un tal Luciano. “Se acuerdan de Luciano?”, solía preguntar a los de la tribu. Antes había dicho que les debía una cruz a sus amigos asesinados. Que tenía que ir a Chacabuco, a Treblinka y a Llancahue para codearse con los fantasmas de esos miserables abatidos en mitad de su sueño. También dijo que iría a Ritoque a cantarles un blues “para ver si sus almas nos alumbran”. Quería darse una vuelta por Isla Teja, donde una vez estuvo preso. Era sólo un muchacho, casi un niño, aunque había otros tipos más jóvenes que él. Nobles chicos quemados en su vuelo para siempre. Dijo que tenía que ir a Auschwitz y después a Guantánamo. Aseguró que iría allí y soplaría sobre el suelo ceniciento “para que las almas de esos pobres diablos suban hacia lo alto y desciendan luego, como amorosa lluvia sobre los campos”. De último no se le ha visto por el pueblo. Sus amigos temen que se encuentre desaparecido.

Hasta cierto punto podríamos decir entonces que Adorno tenía razón cuando sostuvo que después de Auschwitz la poesía ya no era posible. Tan descompuesto quedó el idealismo occidental luego de las atrocidades del totalitarismo europeo, que llegaron a dudar de la misma arquitectura filosófica que le dio a Europa el lugar en la historia mundial que hoy pierden, o deberíamos decir, perdemos, ya que en América Latina somos los hijos huachos de esa misma historia. Ciertamente, ni la poesía ni la filosofía pudieron ser ya lo mismo. Luego de casi 30 años, desde nuestro rincón del mundo recreamos tales brutalidades en la abyecta figura de “el desaparecido”, nuestro Auschwitz, y tras él, no el totalitarismo represivo que operó solamente en los campos de concentración, sino uno que llegó hasta el mercado, plácido e inclemente en su omnipresencia, y en sus múltiples y nuevas formas de precariedad. Sobre todo este dolor e historia acumulados es que se arma Riedemann Blues, pero llevándole un poco la contra a Adorno, lo hace –precisamente- desde la poesía. Claro está que a estas alturas sólo puede tratarse de una poesía a modo de “blues”, socarronamente triste, adolorida, íntima, la poesía blues de los golpeados –nuevamente- por “la historia”, y dicha desde lo intransferible del dolor propio/social vivido. Así como es urgente “sentir” las edades y los orígenes de los pesares que hoy nos aquejan, vemos que sigue siendo la poesía el blues que sostiene nuestras ideas e ideales.

 

Árboles y Rizomas Vol. I, Nº 2 (julio-diciembre, 2019): 95-97 Universidad de Santiago de Chile, ISSN 0719-9805

 

Fotografía de Daniela Rivera


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