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SELECCIÓN DE POEMAS. YULEISY CRUZ LEZCANO

Escrito por Yuleisy Cruz Lezcano



Nacer sin recuerdos


Una escena le vibra en la memoria,

es eco sumergido en lo interminable,

camina cercada por el grito de lo diario,

y el mar le lame los talones con preguntas.

Las voces se le escurren, aceite en la noche,

acarician su nuca como madres ausentes.

El verano huye, se vuelve promesa,

sin llegar como la infancia, 

que la espera en la esquina.

Nació sin recordar el color de la sangre,

sin animales ni fuegos ni rezos,

sólo una boca incapaz de pronunciar amor, 

y una tierra que olía a viento herido.

Las calles eran nidos de pasos perdidos,

gacelas escondidas bajo mandiles verdes.

Ella, apenas un gesto sin espejo,

cubriendo belleza con el polvo del mundo.

Difícil sonreír, incluso ante la alegría,

como esa jirafa que se enamora sin saberlo.

Sus pensamientos dormían lejos del pecho,

y la poesía era su jaula de terciopelo.

Leía libros como si fueran oráculos,

robados al olvido, ofrecidos por el azar.

Quería que su sangre hablara otro idioma,

que su piel contuviera el destino de otro ser.

Frente a cada estrella sonreía

y en cada ausencia 

se desdibujaba, se volvía otra

con tal de no ser ella.



Sin espejos 


Los relojes se apagan en la herida

que el alba deja al filo del instante.

El tiempo calla, inmóvil, vacilante,

y el pulso se disuelve en la partida.


No hay luna, solo huellas de caída

ni lengua que despierte lo distante.

La voz, entre las sombras, es errante

y el verbo es sólo ausencia sostenida.


La noche abre su cuerpo sin medida,

las preguntas germinan en el pecho,

sin forma, sin piedad, sin despedida.


Y en medio del silencio, lo deshecho

se alza como respuesta no ofrecida:

un sueño sin regreso, oscuro y lecho.



Del fuego y la palabra


Las palabras son barcos sin destino,

velas rotas en mares de papel.

Mi voz, farol de un tránsito sin piel,

se apaga en un silencio sin camino.


¿Quién recoge la sombra del crepúsculo?

¿Quién traduce la lluvia en confianza?

Un incendio me ruge en la garganta,

y al hablar, se me quiebran los artículos.


El amor es un lobo disfrazado,

una carta cerrada con espinas,

una lámpara herida, sin abrigo.


Y mi alma sin muros ni reposo

se desliza en abismos y colinas

con un miedo sin nombre que persiste.


En el pecho, una herida,

arde sin ser notada,

mi alma queda atada,

sin muros ni salida,

camina sin morada,

siente el aire frío,

resiste el desvarío

de un mundo sin caminos,

entre sombras y destinos,

busca siempre un nuevo río.



Un animal en mí


Hay un animal en mí que no duerme,

camina en círculos cuando callo,

se alimenta de besos no dados

y muerde las palabras que no dije.

Mis pensamientos crujen como ramas,

bajo el peso de tu ausencia tibia,

y mis sueños son trenes sin horario

que cruzan vías de estaciones clausuradas.

El corazón me late fuera del pecho,

es una flor que no aprende a cerrarse.

Y aunque he cosido la piel con promesas,

la costura sangra cada noche sin luna.

He amado como quien se arroja al fuego, 

sin saber si la otra mano sostiene, 

he amado como quien no se elige, 

como una herida que vuelve a abrirse.

Me habita una nostalgia sin origen,

una infancia que no quiere dormirse.

Leo en mi sangre nombres que no son míos

y a veces, me atemoriza sentir tanto.

La poesía me amarra a la vida,

como un hilo de oro a la locura.

Y si te amo, es porque no sé

cómo no hacerlo sin morir un poco.

Pero si esta hoguera no te devora,

si este abismo te parece juego,

vete,

que la noche te trague sin pedir perdón.


Vete


¿Qué dice el poema?

¿qué voz habita en el silencio

de sus líneas que no se leen?

Un murmullo sin cuerpo,

un secreto sin llave.

El poema no comunica,

desgarra el aire,

se vuelve sombra en la página,

un eco que se rehúsa a ser historia

de un día cualquiera roto 

en pedazos, mentiras viejas 

que sangran  sin consuelo.

La verdad se arrastra, desnuda y rota,

la soledad es un puñal enterrado.

No quiero ver esas nubes de mierda,

mapas de exilios que nadie pisa,

ni ese ruido constante, putrefacto,

que pudre los huesos con su canto sordo.

Este poema es un cadáver frío,

tu ausencia una daga clavada en la garganta,

mi hastío un veneno que no perdona,

un animal hambriento que devora todo.

La tarde se arrastra, mendiga sol,

pero el sol murió en tu indiferencia,

la risa es un eco irónico,

una niña ahogada en su propio llanto.

Si estuvieras, amor, no cambiaría nada,

porque en este infierno ya no hay fuego,

solo cenizas que queman sin calor,

y un silencio que grita: vete y no vuelvas,

ni en este día cualquiera, ni en mi poema.


Imagen: Versión de @colectivofilopoiesis mediante IA Gemini 2.5 flash
Imagen: Versión de @colectivofilopoiesis mediante IA Gemini 2.5 flash


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