La micro avanzaba rauda por Pedro de Valdivia hacia el sur. Eran los tiempos del amor retratado hasta en la más mínima experiencia, ese amor de compañero. Las cervezas bailaban en nuestras cabezas y el cuerpo hacia lo suyo con su sistema excretor.
“Ya no me aguanto” me dijo, mirándome con cara de angustia en busca de un baño público. Tocar el timbre de la micro y bajarse a duras penas con la muchacha a cuestas. Un restaurante chino a un costado de la plaza Zañartu hizo las veces de salvador de la vejiga femenina. Al salir, su cara había cambiado. Volvió a sonreír y a mirar el horizonte, sin miedo ni necesidades.
Y estaban las veredas cubiertas por alfombras de hojas secas que crujían al caminar de los amantes risueños y el cálido viento que las mecía. El abrazo amoroso, la muleta borracha.
Cuadras de caminar la noche temprana, sintiendo el otoño en nuestros huesos. Las hojas cayendo y el caminar lento.
¿Estarán en esa escena contenidos todos los otoños imaginables?
Al momento, algunas hojas han caído pero nada considerable como para tapar las alcantarillas de las esquinas, el sol aún amenaza y la noche helada y clandestina azota a la concurrencia.
Ese otoño cuando en esta fecha ya había llovido considerablemente un par de veces y comenzaba a aparecer la ropa de abrigo. Un otoño con charcos inundados y poco higiénicos, lleno de viento que azota las hojas de los árboles y crea alfombras donde la vida nace.
Caminamos por Pedro de Valdivia hacia el sur con los bolsillos vacíos. Caminamos sin preguntar. El escenario era ideal para guardarlo como un recuerdo feliz y quizás solo eso importaba.
Una tarde de Santiago, una tarde de otoño, corrimos tras una micro para pedir un aventón gratuito, mientras agradecemos, antes de permitirlo ya estábamos sentados, cómodos y confiados de nuestra suerte.
¿Cómo irá el otoño allá afuera? ¿Cómo estará el rompeolas en Cartagena? ¿Lloverá antes de que se acabe el agua? ¿Te acordarás de mí después del olvido?
El otoño como un fin de ciclo, como botar las hojas viejas para dar espacio a nuevos brotes o arrancar la planta de temporada para el alimento. Ese otoño de chaleco o polerón, de chala con calcetín. Ese otoño que huele a canaleta limpia y a ropero cerrado. Un otoño donde poder huir y ser cobijado por el viento. No es un otoño melancólico, ni mucho menos un invento de la imaginación. Ese otoño que habitamos en la memoria y que se parece a las clases de geografía de la escuela pública.
De ese otoño quizás trate todo esto. De ese otoño que yace en la memoria como telón de fondo, como escenografía de algo menor. Al contrario, cuando el otoño se vuelve el personaje principal del recuerdo, cuando la piel recuerda la temperatura y la nariz reconoce los olores del momento. Quizás sea ese el otoño del cual intentamos hablar.
El otoño como las puertas de nuestro año nuevo, de nuestra manifestación tribal más importante. El otoño de vendimia y vinos frescos, de cosecha de humos florales. Ese otoño sonriente de abundancia para abrazar a la lluvia.
¿Qué pasará allá afuera? ¿Cuántos muertos llevará la pandemia? ¿Habrán echado a ese mal presidente?
(Foto de Gloria Henríquez - Gloriosa Fotografía. www.gloriosa.cl )
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