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SUPERAR EL ESTADIO MENTAL DEL ENSAYO.

Escrito por Miguel Herrera


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Este título está sacado de un libro de Lamberg acerca de la vida y obra de Pablo de Rokha y me ha causado hasta ahora mucha sintonía con lo que pretendo desarrollar en este momento.


50 años han pasado ya, pero yo tengo 40 no más. Me salvé de ver caer las bombas sobre el edificio presidencial, me salvé de ver a mi padre esconderse en el campo al pasar de una caravana militar, me salvé de todas esas historias de persecución, lucha clandestina y crimen alevoso.


Lo mío fue nacer en dictadura, si así con minúscula, cuando ya las clínicas clandestinas estaban organizadas para sanar a los baleados, cuando nuestros padres nos pedían encarecidamente que no saliéramos a la calle, sin importar lo que viéramos o pasara. Jugar a los autitos, construir túneles y reinas de belleza que compiten entre ellas, la niñez jugaba mientras en la calle polvorienta se escuchan estallidos y persecuciones, sirenas desconcertantes y piernas desnudas corriendo por las arterias de la población, por las arterias de un corazón cerrado como un puño.


Lo mío fue aprender a quedarme callado, a ver sin mirar, a saber, sin aprender, a caminar la calle polvorienta y pobre con el pecho al sol, a distinguir autos y miradas, a vivir la descomposición de las adicciones, a presenciar como la conmemoración del último golpe de estado, si así con minúscula, que los militares llevaban a cabo se transformaba en una horda de pobreza y adicción, a un descontrol presenciado por quienes crecimos por aquellos días.


Por años he conversado con personas de distinta índole la posibilidad de relatar estos acontecimientos y mayoritariamente la respuesta ha sido negativa. El para qué, el por qué, nunca una motivación sin antes un cuestionamiento. Por eso, hasta ahora, nunca lo había relatado, pero siempre ha vivido dentro de mí la incesante necesidad de hacerlo. De mostrar un 11 de septiembre no tan combativo ni consciente, sino más bien un 11 de septiembre arrasado por las adicciones y el bandidaje. Acompañado siempre de la solidaridad de todo el vecindario para con víctimas y victimarios.


La niñez durante los años 80 estaba marcada por la experiencia de la violencia y las armas en torno a la resistencia y represión política que ejercía la dictadura de Augusto Pinochet, hechos manifestados en la cotidianidad de un niño habitante de un rincón de san miguel llamado Cuasimodo 3681. La niñez de un poblador de un charco en la Villa O ́Higgins titulado Independencia 1226.


Resulta imposible separar esta historia de su contexto y es requisito mostrar el espacio político existente basado en células clandestinas y pequeñas que comenzaron a reaccionar a los crímenes de la dictadura, a la injusticia de la hambruna y la pobreza y a la inexistente dirigencia política producto de los asesinatos selectivos llevados a cabo por la dictadura. Estos crímenes nos pesan hasta el día de hoy, no se equivoquen, no olvidamos y no perdonamos y por eso recordamos, aunque duela.


Cordón Américo Vespucio. Recién caída la noche oscura. 11 de septiembre de cualquier año de la década del 90. Villa O’Higgins.


Suena el tañido de los postes de iluminación de la avenida principal: tan, tan, tatatan. Explotan los primeros transformadores. La técnica corría entre la sabiduría oral del barrio. Todos lo saben, pero nadie lo comenta.


La Paulina que le pone los cachos al marido mientras el compadre anda en el norte trabajando por turno y mire que la pillaron un día y quedó la grande, el cristiano le pegaba a esa chica como si no fuera delito oiga y la chica lloraba de dolor oiga y nosotros escuchábamos todo y no sabíamos qué hacer porque los pacos no llegaban, además de ser un sentimiento común odiarlos con toda la fuerza de la desilusión que reinaba por ese tiempo y que aún arrastramos.


Se corta la luz, sacamos las velas del velador, mi taita revisa los tapones de la luz a ver si se quemaron con el corto circuito y la rutina de sentarse alrededor de la mesa a compartir lo que sea, a inventar juegos o derechamente a dormir. Afuera las explosiones y los gritos aumentan, a medida que transcurre la noche comienzan a oírse vehículos policiales a alta velocidad, disparos discretos y arrestos escandalosos con nombre y rut a viva voz.


Los 80 fueron años de resistencia, la política tomaba retiro en cuanto fue incapaz de cubrir los sueños de millones de pobladores y las drogas en su especificidad más adictivas entraron en la desazón de la población joven y adulta. Del discurso políticamente consciente pasamos a un discurso socialmente de desprecio producto del abandono en el que nos mantenían y mantienen.


El 11 de marzo de 1990 se hace efectivo el cambio de mando entre el dictador y el presidente recién electo, con permiso del anterior. Ese día comenzamos a vivir en la medida de lo posible, vimos cómo nos infantilizaban como colono a pueblo originario, vimos como la sospecha era una actitud impuesta desde las élites hacia nosotros y nosotras.


En los 90 las células políticas desaparecen casi en su totalidad producto de un esmerado trabajo realizado por cúpulas políticas, aparatos de inteligencia y delatores de toda índole. Ese fue un trabajo que los nuevos demócratas habían aprendido con mucha fruición y con esto desaparecieron muchas organizaciones pobladoras y las conmemoraciones comenzaron a vaciarse de contenido gota a gota y a llenarse de humo gramo a gramo.


En la oscuridad, los niños juegan en los patios de las casas mientras la juventud más osada comienza a salir a la avenida principal. Desde lejos se escuchan voces que gritan ¡devuélvete! ¡te van a cogotear! y fíjese que a los pobres cristianos cuando los pillaban les reventaban las ruedas y obstaculizaban el paso con grandes piedras muy habituales del lugar.


Yo no recuerdo con claridad el momento en que la política se fue, porque al parecer nunca se fue o nunca se ha ido. Aún escuchamos personas en tinieblas reconociéndose comunistas y una que otra polémica de esas de organizaciones barriales. pero el 11 era la noche del diablo, era el momento en que la oscuridad nos hacía a todos iguales y ellos eran mayoría y vamos a comprar un ron a la boti que esa nunca cierra y con este cuchillo le voy a pitear las monedas al machucao nos decía el vecino del fondo. Su señora, la Hilda, embarazada lo acompaña, beben juntos y roban a la par, fuman pasta base y son delincuentes como nacidos para matar o algunas de esas películas que ya todos habrán referenciado en historias de asaltos y violencia.


¡Devuélvete! le gritaban, solo escuchamos fallar el motor y apagarse las luces de aquella moto que escuchábamos a la distancia. Al retomar su paso, no llevaba chaqueta, ni casco ni nada en los bolsillos, la moto quejumbrosa apenas lo acompañaba a salir de aquella boca de lobo.


Y compremos unas pilsen pa’ mirar el espectáculo decían los que no participaban del bandidaje y que eran críticos impotentes del escenario en el que habían crecido luchando contra la dictadura, la pobreza y el olvido. Muchos se votaron al frasco y sus borracheras interminables los llevaron al cajón, a otros les dio por fumar pasta base y esos se murieron antes. Los que miraban, los que quedaban, algunos le hacían al marciano y el volao inmortal que sueña con futuros distintos. Nadie de los que mira tiene vehículo, no sabe lo que puede significar una pérdida así, aun así, no justifican un bandidaje vacío, problemático y sin ningún sentido.


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Entonces, uno se ponía a pensar por qué tanta sorpresa con la imagen, tanto alboroto con el recado de la historia y uno buscando explicaciones a lo que no lo tiene. Perder el tiempo. Y Entonces las ideas se dilatan y el recuerdo comienza a difuminarse, aunque porfiadamente no deja de estar presente en mi cajón de herramientas. Y ahí claro, aparece el fantasma academicista que te pide explicaciones del porqué pasan las cosas y uno empieza a leer, a conversar, a ver tele y se hace una idea más o menos de lo que pasa a tu alrededor. No sé cómo será en otros lados, pero el chisme acá es una fuente confiable de información, cual canillita corren las noticias, los ¿supiste cómo pasó?, los ¿cachaste quien fue?


Y si po, si cuando llegaba el 11 en la población se apagaba la luz y entrado los años 90 las calles oscuras comenzaron a ser escenario de asaltos, desvalijamiento, consumo problemático de drogas sin ningún horizonte ni posibilidad de ayuda sanitaria. No me acuerdo mucho del día, pero si está muy presente la noche de ese específico día. Las tardes tenían una energía distinta al cotidiano.


Si yo me acuerdo adolescente tomando pilsen en el pilón de agua, mirando cómo asaltaban a cada automovilista que osaba pasar a pesar de las alertas a grito pela’o que venían de todas las esquinas, desde pobladores que aún protestaban, que aún no se daban cuenta que todo ya estaba vendido,


No sé si eran las pilsen o la oscuridad, pero la penumbra está llena de sujetos armados disparando quien sabe dónde o los panfletos de las células de un organismo mononucleoide. A veces había pantallazos en pleno Vespucio con la luz cortá y Vespucio tomado por la población. Si tampoco era 100 por ciento vandalismo y delincuencia la cuestión.


Tengo la sensación de nunca haber asistido a un relato de esta parte de lo que estaba pasando. La pasta base en los 90 causó y sigue causando mucho daño en los vecinos y vecinas. Hoy muchos cuentan la historia y una parte no venció la enfermedad y murió buscando algo que no pudo comunicar.


Cuando empezó a quedar la cagá en la calle, tengo la impresión de que fue el momento en que las actividades comunitarias comenzaron a desaparecer. Parece que coincidiera, pero sólo en mi intuición, algo para seguir conversando con usted estimado lector… y parece que se fueron los milicos y no se llevaron su droga.


Debo reconocer que la oscuridad me era muy cómoda, los apagones eran recurrentes, la colección de animitas a la orilla de la avenida, las peleas callejeras descomunales y aclanadas, la feria libre abundante, el tierral y las piedras.


Y alguna vez alguien voló por el techo de una camioneta a la que quería cogotear en medio de la gran oscuridad. Y fíjese que, pensando ahora, me recuerda que la feria igual se ponía a las 3 de la mañana esas madrugadas de once de septiembre.


Yo le preguntaba a mi papá si le daba miedo salir a trabajar a la feria y él me respondía: ¿miedo a qué? ¿a mis vecinos? ¿a mis amigos? y se iba apagando la vela que iluminaba nuestro dormir por esos días de lumpen protesta.


…………..


El recuerdo de los 50 años del golpe de estado en Chile y los 53 años de la victoria democrática de la unidad popular han hecho que los mayores de 50 años saquen a relucir sus ardorosos recuerdos de infancia y juventud. La epopeya del litro de leche, el camino seguido desde la república socialista de los 10 días, los cordones industriales y las jap y gap (tiempo prodigioso en abreviaturas de toda índole y para todo servicio).


Para la derecha y siguiendo las excusas que dan para no entregar su abierto apoyo al genocidio militar, ninguna de las personas menores de 50 años y que habiten la tierra, pueden hablar de lo sucedido. Para ellos, la historia es solo lo que el individuo es capaz de vivenciar. Con esto y a partir de esto es que quienes relatan la historia de los 53 años de la victoria popular y los 50 años del golpe de Estado cívico-militar, desde el lado de los derrotados parecieran ser sobrevivientes de múltiples masacres en donde cada vez se fueron sintiendo más y más solos, pero cada vez más cómplices y consecuentes.


Todo este acontecer está marcado por la violencia de los discursos, de los actos, de las posiciones (para quienes eran capaces de tomar alguna, otros, solo se vieron llevados por la corriente del río). Esta dimensión tan propia del ser humano, la violencia, es una característica con la que nacimos los que dimos nuestro primer llanto en dictadura (si, con minúscula). Para los que crecimos con militares en nuestras narices, y si según la derecha no podemos hablar del golpe propiamente tal, concédanme hablar de mi experiencia, de mi vivir en dictadura, de mi once de septiembre que se repite como un loop eterno entre nuestros anteriores, nuestras organizaciones y nuestra vida íntima.


Una sociedad que no se permite a sí misma verse la cara deslavada, mirarse al espejo por la mañana buscando imperfecciones no para maquillarlas sino para sanarlas. Nada de maquillaje, a cara descubierta no más y en ese momento en donde nos vemos tal y como somos es el único camino para solucionar las diversas carencias que sufrimos en lo individual. Porque mientras la política continuaba incesantemente escribiendo su página en los libros de historia, nosotros y nosotras las pobladoras seguíamos en el abandono, en el olvido, en la miseria y en el “avanzar sin transar” ahora capitalista.


Y fíjese que yo quería contar una historia que se repite en mi cabeza constantemente y es esta experiencia de niño poblador sin discurso político que ve como todo a su alrededor es violento, de uno u otro modo. Que las grandes alamedas están en cada población levantada el siglo pasado y de las que somos orgullosos habitantes. Porque la victoria democrática de hace 53 años se fraguó en las manos de trabajadores, campesinos y desamparados y fue a ellos y ellas a quienes traicionaron los militares hace 50 años atrás. Los militares y uniformados en general son hijos del pueblo pobre, arrastrados al mundo militar en busca de una estabilidad que al pobre en ese momento solo entregaba la milicia, hoy es el mercado, el emprendimiento, la cotización no depositada, el fin de mes de Johnny 100 pesos.


Y es que estábamos debajo de un árbol, un día lloviendo y se nos ocurrieron todas estas cosas. N o vaya a creer usted que esto es verdad, si los pobres no existen, son flojos “si yo pasé en la mañana y estaban conversando y cuando pasé de vuelta seguían conversando” decía un güeñe que le hablaba a un tiuque o uno de esos pájaros que webean cuando uno anda entre ellos. ¿Qué sería de la mañana si no cantaran los pájaros? Sin duda a Juan Luis Martínez no le gusta este comentario. Y fíjese que no recuerdo los pájaros de esos días, pero recuerdo las sirenas y los bombazos y las carreras y los balazos y los piedrazos y la música de protesta y el ajetreo de la feria todos los días.


Y al final no supe si conté la historia que quería relatarles, no supe si fui capaz de responder a las negativas de esta, no supe si escribí un ensayo, una historia o me fui por esos caminos psiconautas que a veces nos permiten encontrar esas palabras que la sobriedad y su realidad tan material no logran encontrar. Para mí esto ha sido como recoger flores del jardín, recordar el 11 de septiembre, irme nuevamente a esos tierrales llenos de pichangas y mejoras de a poquito y peleas de vecinos y fiestas de navidad en la calle con escenario y vecinos unidos, iglesia social de por medio, y llegó la luz oiga, dicen que van a venir a poner el medidor, yo no voy a pagar ni una wea, decía mi tía que había llegado pa la toma de terreno.


50 años de una traición llena de muertos y persecución no debiera significar para nadie una fecha simple de conmemorar, sobre todo con la falta de verdad y justicia que existe en torno al pacto de silencio de los militares. Pero también hace 53 años un gobierno popular y democrático llegaba al poder y ponía en jaque las estructuras patronales y elitistas, por fin un presidente se dio cuenta que los niños necesitaban comer, por primera vez un obrero y obrera podía ser ministra de su área de conocimiento, las y los trabajadores comprendieron que juntos podían quebrar las estructuras materiales que los mantenían atados a un patrón. Personalmente prefiero celebrar el triunfo popular y la posibilidad que nos damos día a día de poder vivir ese mundo que llevamos en nuestros corazones.


 

Golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 en Chile. Bombardeo del Palacio de La Moneda (palacio de gobierno). Esta imagen proviene de la página del sitio de Historia Política de la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile



Restos de barricada en Rojas Magallanes, al día siguiente de jornada de Protestas en Chile de 2019 aunque similar a todas las históricas protestas en dicho lugar. Foto de: https://commons.wikimedia.org/wiki/User:Ciberprofe




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