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DIGO

Por Francesca Gargallo


Cuesta soplar sobre el fuego para encender el alba

y decidir que es factible

sacudirse las ligeras cobijas del sueño

resulta en tiempos indolentes

tan difícil como fundir piedras.

La urgencia de la palabra convoca

la arcana disposición; 

demanda explícita y política costumbre.

Arduo es resistir la seducción de la desidia

las ganas vacías

la astenia de un perezoso en la rama que lo mimetiza

del riesgo de extinción común a un millón de especies.

Digo si puedo

cuando nado a contraflujo en un mar de datos

y dudo que sirva la tapadera de una vasija en desuso.

Cual si estuviera más dispuesta que el cincel a la escultura,

me involucro con la ligereza de un trozo de granito

asediada por la duda y la tarea,

impracticable presteza del abandono.

Para concurrir es benéfico tener miedo

o un cuerpo grueso en posición erguida

sujeto a un caballo indomable

a una voluntad de hierro.

Auxilia ser poseedora de un amor infinito a la causa.

Pero la diosa crisálida con traspuestos brazos

es tenaz

sus ojos semicirculares observan mi rota voluntad

desde el insondable yacimiento de sus ideas.

Dueña del tiempo, señora de la vida tras la muerte

agoniza ahora en el bosque hachado

y yo con ella en la intraducible duda sobre mi poder.

Mi calle tiene tantos letreros

que seguro me quedaré inmóvil.

Si puedo es casi sinónimo de si quiero

se relaciona con el peso de los años

la masa corporal por el entusiasmo

la influencia de las variaciones climáticas

sobre la psique.

Mi selva depende de la semilla

que guardo, y bien puede ser estéril.

Para querer es propicio

un estado impuro de deseo,

felicidad y largos recorridos.

 


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