top of page
Buscar

CARMEN LAFORET: NADA, COMO HUIDA DE DIOS Y LA MUJER NUEVA, COMO RETORNO

Escrito Por Esther Sánchez


Margarita y Paulina. Román y Antonio. Andrea. Nada y La mujer nueva de aquella joven catalana que ganó el Premio Nadal en 1945. Carmen Laforet, con tan sólo veintitrés años de edad, excavó una brecha infranqueable entre lo que significan hoy esos números de juventud y la reflexión existencial. Si algo tienen en común las novelas citadas, es el tremendismo que las caracteriza, el regusto amargo que pone de manifiesto la existencia cuando nada significa la nada. Retratos fieles de una España renqueante son Nada y La mujer nueva; de una España que, tras la Guerra Civil, puso en jaque su vida intelectual y cultura. Una España que desconocía -y sigue haciéndolo- a qué clavo, ardiente o gélido, agarrarse cuando su caída al abismo era más que un presagio. Más allá del tinte negruzco que todo lo impregna cuando se reflexiona sobre los Estados sin alma, las novelas de Laforet se erigen para caer del cielo como una lluvia fresca y reparadora. La pluma del existencialismo narra de nuevo.


Comparte Laforet intensos párrafos impregnados de historias de altibajos, de amores asfixiantes y metas cambiantes. Las relaciones sentimentales -que creemos extrañas en la actualidad, pero no lo son tanto- congelan la sangre e impiden la respiración de las venas. Sólo el veneno es apto para sobrepasar los límites. Descubre y desenmascara el amor enfermizo, tóxico, ése que se construye para destruir en un juego eterno. Ponzoña y aguijonazo. En definitiva, humanidad. Conviene recordar que todo sentimiento o pasión humana -apolínea o dionisíaca, celestial o del averno- es susceptible de ser absorbida o esnifada por el existencialismo. Fiebre, pesadillas y angustia a lo largo de intensos capítulos que trafican con realidades al poder de manifiesto lo que la novela española de posguerra es. Conocemos, a través del sentimiento de angustia, sendas narraciones de personajes atormentados que, fantasmagóricos, viajan a sí mismos al mismo tiempo que analizan el mundo que les rodea. En algunas ocasiones, siendo presas del nihilismo, de Dios; otras buscando el calor y acomodo en el regazo de las palabras sagradas, divinas. Busca el humano ser humano. Tal vez del mismo modo persigue la idea de libertad, esperando realizarla, tornarla tangible.


La novela de Laforet es huida y retorno a Dios. ambos viajes poseen la viscosa -por poco confortable- característica de ser eternos o circulares, como toda maldición. Nada engloba la cuestión del nihilismo y la huida, la pérdida de valores y el cuestionamiento de sus sistemas. En contraposición y partiendo de esa nada, La mujer nueva es un indiscutible retorno a la dimensión sagrada del ser humano, ésa que se engloba en la religiosidad por miedo a la desnudez, el dualismo y las vivencias de la carne. Existimos temerosos de los descensos al ser. Las escaleras que bajan han sido construidas con los huesos de los muertos.


Nada. La literatura, para ser obra de arte, debe charlar acerca del mundo con toda la naturalidad posible, abriendo las puertas para que el escritor se desenvuelva. Algo similar ocurre con el filósofo y su tarea. Reflexionar sobre la existencia no es baladí y en numerosas ocasiones, nos resistimos a viajar más allá del papel. Nada es una novela sobrecogedora y no por sus elementos cuasi mágicos -que tantas veces se entremezclan con la cotidianidad de los personajes-, sino por lo humanos -demasiado humanos- que son quienes en ella aparecen. Impulsados por pasiones desbocadas o fuegos indecibles, confeccionan un mundo gobernado por almas en pena y lucha, que rabian y gritan. Una suerte de temblor inunda los cuerpos cuando la realidad es expresada sin tapujos. Carmen Laforet se interna en el paraje de los límites de la dignidad humana, cuando el individuo hace oídos sordos y viaja más allá del umbral del amor y el deseo, cuando éstos se convierten en enfermedad o vicio. Margarita y Román, el tío de la protagonista, son supervivientes de una espantosa historia de amor entrecomillado. En su más tierna juventud, Margarita quedó prendada de los encantos de un caballero que más que caballero, era un sádico déspota por su capacidad de someter a sus iguales a través del embrujo. Entiende el lector, a medida que avanza, que Román no poseía ningún interés por la joven, simplemente gustaba de ponerla al límite. Es la representación perfecta del que acoge personas en la palma de su mano para lanzarlas al aire o aplastarlas en cualquier momento. El interés filosófico acerca de las obras de arte radica en la conexión de éstas con la propia existencia. Incómodos, reconocemos que -tal vez- nosotros hubiéramos cortado nuestra trenza como hiciera Margarita para atender a los deseos de su verdugo. Es angustiante saberse vulnerable. Sentimos asco de nosotros mismos, pero también miedo: el uso causa desaparición.


Cabe preguntarse por qué el ser humano existe en aras de ese perro apaleado que no se niega a ser. Acudo a las sabias palabras del pedagogo José Antonio Marina para enunciar lo mismo que él dijo, pues los humanos somos el único animal que tropieza doscientas veces con la misma piedra. Y añado que por gusto. Ante esta imponente evidencia sentimos que debemos hacer algo: escondernos bajo el manto del nihilismo o calmar los ardores retornando a lo divino. Lo cierto es que ni siquiera el abismo, como entendemos tras leer La mujer nueva, podría ponernos a salvo. Los fuegos eternos que ya cité son eso: eternos y aunque los creamos extintos, una pequeña chispa puede hacer arder un universo entero. Peligros insondables, suponen el lector y el filósofo. Hace tiempo leí una reflexión de Sigmund Freud que hoy me hace entender a Carmen Laforet y sus personajes atormentados. Hablaba el psicoanalista del individuo enamorado como un ser débil y es que, queda totalmente indefenso cuando la persona a la que ama le abandona. Entrando de lleno en La mujer nueva, decir que todo momento o párrafo es sobrecogedor. La novela narra la lucha de Paulina, una mujer de mediana edad que camina en un mundo de interminables cuestiones. Casada a medias con el padre de su hijo, un día toma la decisión de marcharse del pueblo donde vive y perderse en la profundidad de la capital española. La verdadera razón es que Paulina lleva años manteniendo una turbulenta relación con Antonio que, indirectamente, es parte de la familia. Como pasaba con Román, Antonio conoce bien los ardores de la mujer a la que maneja a su gusto. Conocedora de la situación, Paulina lleva a cabo todo tipo de locuras y corduras para evitar la toxicidad que le ofrece Antonio, para huir del amor que siente con él. Un amor que lo peor no es que sea adúltero o prohibido, sino el carácter con el que violenta los sentimientos.



Bibliografía

Laforet, C. (2010). Nada. Destino, Barcelona.

Laforet, C. (2020). La mujer nueva. Destino, Barcelona.

Marina, J. A. (2008). La inteligencia fracasada. Quinteto. Barcelona.

 

(Imagen basada en retrato de escritora española Carmen Laforet por Silja Goetz. https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Carmen_Laforet_portrait.jpg )

115 visualizaciones1 comentario

Entradas Recientes

Ver todo
bottom of page