Santiago de Chile, octubre 2019
Nos paramos frente a frente. Lo miré a los ojos.
Era joven, apenas unos treinta años, llevaba uniforme y un birrete militar.
Parecía un pájaro de madera aferrado a su enorme fusil reglamentario.
Alguien le dijo que estábamos en guerra. Él lo creyó y salió a la calle a dar batalla, sin transitar primero la esperanza.
Así marchó en un día azul de coraje y primavera, como si no hubiesen pasado casi cuarenta y sietes años; cómo si no estuviéramos viviendo en un Chile de otro siglo.
Nos encontramos en la esquina, la misma de siempre y lo miré a los ojos.
Ya tengo setenta años, le dije, mi cabeza es la de una mujer de la primera línea, de canas blancas y orgullo, mi dignidad alcanza todos los sueños de este mundo.
Él estaba enfermo de desmemoria y yo en cambio volvía “a los 17 después de vivir un siglo”.
A él se le ocurría reprimirme y yo me había vuelto una mujer irreprimible.
Nos paramos frente a frente. Quise gritarle, sacudirlo, llamarlo por su nombre.
Pero él no era capaz de despertar.
Foto de Gloria Henríquez (Gloriosa Fotografía - www.gloriosa.cl )
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