Texto: Miguel Herrera Castillo
Fotos: Gloria Henríquez Peñailillo
Coordenadas:
Barrio Franklin, olla común “Chúpalo Piñera”. Sábado de cuarentena por coronavirus y movilidad restringida.
Me rebelo en contra de la mascarilla y me visto de pañoleta (una experiencia tal merece una tenida acorde) mi polera grita Gabriela Mistral. Las calles están vacías en las avenidas principales, pero los barrios fluyen de vida y de necesidad.
Los muros del barrio retratan su historia mediante murales luminosos y coloridos mientras algunas consignas muestran reflexiones como “cansado de envejecer en la pobreza” o “vecino, aquí roban”. El oficio del soldador tiene una escultura de fierro en Tocornal 1882.
Llego a la olla común que colinda con el bar “El Pipeño” y la distribuidora de la viña Santa María.
Plato de entrada.
Comenzaba la revuelta social en Chile y un grupo de vecinos del barrio Franklin se hacía presente en las manifestaciones que convocaban multitudes pidiendo cambios sociales y mejoras en la calidad de vida en la población en general. El punto de encuentro para los vecinos era una esquina en donde una consigna gritaba con letras gigantes “CHUPALO PIÑERA” y eso bastó para que el punto de reunión comenzará a llamarse de ese modo.
Un chino se come una sopa de murciélago y este pequeño gesto detona una enfermedad que satura los sistemas de salud del mundo. No todos mueren, pero la muerte es tremenda y parece ser la excusa para tanta esquizofrenia. Comienza a aparecer el hambre y con ello las ollas comunes que tanta mística le dieron a la pobreza en los 80 ́s. y lo mismo sucedió en el 2020 y lo mismo seguirá sucediendo mientras no cambiemos nuestra relación con el poder, la democracia y la propiedad.
Los vecinos de Franklin dejaron de ir a plaza dignidad y comenzaron a padecer el encierro, el desabastecimiento, la movilidad reducida y comenzamos a estar presos en nuestros propios hogares y el hambre y la muerte comenzó a tocar nuestras puertas.
Dejaron de manifestarse para replegarse en el barrio. Había una necesidad esencial que salvar y era el hambre, hambre que aún acosa. ¿Cómo llamamos a la olla? se preguntaron. Y se trajeron la protesta pal barrio y le llamaron a la olla común “CHÚPALO PIÑERA”. y siguieron adelante
y ríen
y bailan
y celebran estar juntos
y celebran compartir el alimento
y ríen y bailan y trabajan
y bailan y trabajan,
mucho.
Se toman la calle porque se trajeron la protesta pal barrio y piden donaciones a las personas que van y vienen de la feria como la mejor estrategia de lucha que el barrio les pudo surtir. Los vecinos los saludan y cooperan, conversan la vida y el aire se llena de ese Santiago antiguo que conversaba de todo porque todos éramos uno y eso es lo que aquí se busca.
Plato de fondo.
La olla común en 5 meses ha elaborado 10 mil colaciones y 569 cajas de mercadería y sigue contando, todo con trabajo autogestionado y redes de vecinos que han aportado desinteresadamente. Ejemplos como el “franchute del barrio” que viendo su negocio de comida disminuido aun así empatiza con la situación del barrio que le da trabajo y vida y se presenta en la olla y llega con sus hijos y todos trabajan codo a codo y nadie cuestiona tu origen social ni nada por el estilo porque lo más importante es entregar comida a los que quieren y necesitan. Y miro, y me sorprendo de tanta belleza de humanidad que tengo al frente y me siento como en casa y me extienden la mano con una cerveza de cortesía. Demás está decir que terminé por amarlos.
La Sandra. La Sandrita. La dueña de casa. La señora más linda de todas las flores del jardín. Con su energía interminable, con su sonrisa brillante. Su casa es la sede y está protegida por la virgen María al ingreso y por un conjunto de reliquias como teléfonos, máquinas de escribir, pesas de almacén, imágenes y artículos varios que prohíben desconocer el barrio en el que estás y la belleza de su gente.
El primero en comer es Ramón, dice que tiene hambre y yo lo vi cuando llegué, tomando vino en la esquina mientras deshacía su colchón y doblaba sus frazadas (¡andai sapiando!, me diría). Dentro de la casa la vida abunda, los cocineros bailan y trabajan, tiran la talla, hacen del trabajo una fiesta. y bailan.
Acá se cocina para todas las ollas del barrio, desde acá se distribuye, se crean líneas de producción que: proveen, cocinan, equipan, registran, empacan y distribuyen. No es poca cosa y aun así siguen bailando y son de conversación fácil y de risa compañera. “acá somos más anarcos” me decía la Sandrita en un encuentro, mientras acariciaba una flor que nos regalaría en su momento. Y el arroz sigue saliendo y los fritos de coliflor para toda la concurrencia y la ensalada y el pedazo de pan. Y los fritos se acaban y salen las hamburguesas y se acaban las hamburguesas y salen las berenjenas.
Postre.
¿Cómo gestionan todo esto? le pregunto a mis compañeros de mesa, mientras más allá registran todo y sacan cuentas para la próxima olla. Mi intención siempre fue comer con ellos, ya había bebido y fumado de sus manos. Ya había compartido un día de olla común con gente tan diversa que toma más de un día conocer las distintas ideas que confluyen en este espacio, pero nadie choca con nadie, todos comprenden el valor de lo que están haciendo. Aquí nadie es más ni menos, acá la teoría de las clases sociales se cae a pedazos, porque aquí la Sandrita la lleva y todos la tratan con el respeto que todos esperamos en un futuro.
Vi levantar y bajar el stand donde se reparte la comida, vi eso que uno lee en los libros de anarquía, comí en su mesa y a su lado, vi cómo los vecinos se suman a aportar y compartir. Un día de sábado en la olla común CHÚPALO PIÑERA volví a creer en todo eso en lo que he creído toda la vida.
Y con todas y todos con los que compartí aprendí tanto, me dijeron que se reinventaron. Todo el día sonó esa palabra en mi cabeza. Nos reinventamos, por eso no pueden detenernos.
( Registro fotográfico: Gloriosa Fotografía - www.gloriosa.cl )
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