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SILLA DE RUEDAS

SILLA DE RUEDAS

Elliott Freed (Versión de Aleqs Garrigóz)


Más adelante en la acera, se sienta en su silla de ruedas. Él no se mueve. Es una noche templada y pasa un niño en bicicleta, sin darse cuenta del anciano cojo.

Desde el otro lado de la calle, una hermosa joven saluda. Ella y yo nos hemos sentado en los cafés, compadeciéndonos, lamentando la pérdida de nuestra juventud. Somos veinte.

Al acercarme al anciano, anhelo cruzar la calle, evitar su fragilidad, tomar la mano de la hermosa joven. Al bajar de la acera, echo un último vistazo a la pila de bolsas de plástico y mantas gastadas en su regazo. Su lucha da sus frutos y supera la acera irregular. Me doy la vuelta.

Habla con una voz suave, demasiado suave para que yo lo escuche.

"¿Qué?" Pregunto.

“Gracias por la oferta tácita”, repite.

"De nada", respondo, tratando de irme.

“Lo que realmente necesito son horquillas”, dice el anciano. “Se me siguen cayendo las mantas porque no tengo alfileres para sostenerlas”.

Una vez más, trato de irme, de atrapar la belleza fugaz alejándose de mí. Pero él me vuelve a llamar.

"¿Qué hora es?"

Le digo que son las once y treinta y cinco. No llegará a la tienda antes de que cierre a medianoche. La tienda está a sólo dos cuadras de distancia. "¿Ibas hacia la tienda?" pregunta el anciano. Le digo que sí y me ofrezco a empujarlo hasta allí. Echo un último vistazo a la belleza fugaz y la saludo con la mano, mientras se aleja, hacia donde quiera que vaya la belleza fugaz a las once y media en una noche templada.

Cuando empiezo a alejar al anciano, noto una vieja manta de lana tirada en el suelo. Lo recojo y lo pongo en su regazo. Lo usa para cubrir su pie descalzo. “No podía ponerme el calcetín”, sonríe.

Su voz es la voz de la alegría y la melancolía que sopla en el prado. Me tranquiliza y quiero escuchar más. Mientras lo empujo, hago preguntas. Contesta y escucho esa brisa eterna.

Vive en un bus a una cuadra de donde nos conocimos. Le dicen que debe mudarse mañana o le quitarán el autobús. No puede moverse... no tiene pilas... al menos, cree que ese es el problema... su reloj se agotó... necesita pilas nuevas para su reloj... necesita pilas nuevas para su radio para que pueda escuchar la hora para que pueda poner a cero su reloj. Pero ya es demasiado tarde. Él hará todo eso mañana. Su voz es una canción de cuna.

Llegamos a la tienda y trato de hacerlo rodar sobre la acera, pero una de sus mantas está atrapada. Cae al suelo, revelando su único pie descalzo y su único pie con un zapato. Volví a poner la manta en el regazo del anciano. Me pide que me asegure de que su pie esté cubierto. “No puedo entrar allí con los pies descalzos”, sonríe.


 

Imagen: Versión de @colectivofilopoiesis mediante IA "Dall-E"

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